lunes, 22 de marzo de 2010

La vampiresa

-Aquí es. –La rubicunda y pecosa campesina señaló el abierto ataúd al que había conducido al cazador de vampiros por las entrañas del oscuro castillo.

El cazador intentó que la estaca no temblara en su mano mientras se acercaba al sarcófago donde moraba la bestia que debía destruir. El hombre se asomó, pugnando porque su corazón dejara de palpitar.

Dentro del ataúd se hallaba la mujer más hermosa que jamás hubiese visto. Parecía una mujer que simplemente dormía, pero algo en su arrogante rostro hablaba de épocas milenarias pasadas, de océanos de tiempo. Su pelo oscuro contrastaba con la palidez de su rostro y sus incitantes y voluptuosos pechos al aire invitaban a la lujuria. Todo en ella emanaba una sedosa belleza que cortaba el aliento, pero que sumía al espectador en un angustioso desasosiego.

El cazador, respirando entrecortadamente, se dispuso a acabar con aquel nefasto ser de lasciva apariencia. Pero dudó… Era tan hermosa… Sus manos empezaron a moverse contra su voluntad, acercándose a los pechos del vampiro, como si quisieran acariciarlos, estrujarlos. Cerró los ojos con fuerza. ¿Qué demonios le estaba sucediendo? Debía acabar con aquella bestia insaciable de hombres y de sangre. Abrió los ojos mientras acercaba la estaca hasta los turbadores pechos del monstruo y escuchó un agudo chillido de la aterrorizada campesina.

El ser en el ataúd había abierto los ojos y le miraba fijamente.

El cazador intentó clavar la estaca, gritar, huir, moverse. Todo a la vez, pero nada sucedió. Quedó inmóvil en el sitio, incapaz de otra cosa excepto mirar.

En silencio, la vampiresa sonrió y abrió sus piernas y dejó a la vista su sexo. El cazador tragó saliva y lucho por respirar, como si hubiese perdido el aliento. La mujer separó con sus dedos los labios de su vagina, mostrando su sexo húmedo y arrebatador. Incluso alcanzó a ver su oscuro ano. El gesto era zafio y obsceno, pero el cazador no pudo evitar sufrir una inmediata erección.

Apenas fue consciente de que la estaca resbalaba de su mano mientras avanzaba hacia la vampiresa. Como en un neblinoso sueño, se encontró lamiendo con avidez el jugoso sexo que se abría de forma procaz ante él. No recordaba haberse desnudado aunque ahora lo estaba.

De pronto, el cazador fue abrazado por los poderosos brazos de la vampiresa, que le estrecharon contra ella, arrastrándole dentro del ataúd. Los voluminosos pechos de la mujer se aplastaron contra el suyo y notó húmedos besos contra su cuello. No pudo resistirse aunque hubiera querido. Los muslos de la vampiresa apresaron fuertemente su erecta verga e iniciaron un movimiento de vaivén, hacia delante y atrás. El cazador notó la sensación del suave vello púbico sobre su glande, una ligera y resbaladiza humedad. El hombre gimió mientras las caderas de la mujer iniciaban un movimiento de rotación. Sus dos manos se clavaron en sus nalgas, empujando hacia delante, y un dedo se deslizó desvergonzadamente en el orificio de su ano, penetrándole e iniciando un movimiento de vaivén acompasado al otro.

Aplastada contra el muro de fría piedra, la campesina sollozaba paralizada por el terror. Sabía que huir era inútil y que su fin estaba cerca, así que se bajó las enaguas y comenzó a masturbarse, enardecida a su pesar por la morbosa visión ante ella. Su mano entraba y salía de su sexo con un ritmo frenético, mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas.

El cazador gimió lastimeramente, apresado e indefenso como estaba, jadeando incontrolablemente y retorciéndose en vano mientras el dedo violaba su interior, mientras la vampiresa sorbía vorazmente la sangre y la vida que manaban de su cuello. No tardó mucho en eyacular mientras el dedo de la mujer entraba y salía rápidamente por su esfínter. El semen se derramó por los muslos femeninos y, lentamente, los movimientos extáticos del cazador fueron extinguiéndose hasta quedar inerte y exánime entre los brazos de la vampiresa.

Lánguidamente, la vampiresa apartó a un lado el cuerpo desangrado del cazador y abandonó su ataúd, dirigiéndose lenta e inexorablemente hacia la aterrorizada campesina, como una poderosa pantera hacia su indefensa presa. La muchacha no huyó, sino que permaneció masturbándose, como un inocente cordero que espera su inevitable destino. La vampiresa sonrió complacida mientras retiraba la mano de la muchacha de su sexo para reemplazarla con la suya. Los dedos de la mujer separaron dulcemente los mojados labios de su sexo, mientras la campesina sentía arder su cuerpo al rojo vivo. Sin poder evitarlo, meneó las caderas, invitando a esos dedos a que penetrasen más en su interior.

La campesina tuvo que abrazarse a la vampiresa ya que sus piernas dejaron de sostenerla, mientras ésta la besaba carnalmente, violándola con la lengua como la violaba con sus dedos. Con su otra mano, la vampiresa rodeó la cintura de la campesina para sujetarla. Las caderas de ésta giraban ahora, saltando y estremeciéndose, sin poder controlar las convulsiones que sufría. Los labios de la vampiresa se posaron en su cuello y comenzó a lamer ávidamente.

La campesina gimió mientras el abrasador orgasmo llegaba. Gritó roncamente de placer mientras sus flujos vaginales fluían como una catarata, mojando la mano de la vampiresa mientras ésta lamía golosamente la sangre de la muchacha sin desperdiciar ni una sola gota.

Lentamente, el cuerpo de la muchacha fue resbalando hasta caer delicadamente al suelo. La vampiresa sonrió perezosamente mientras volvía a su ataúd a seguir durmiendo plácidamente.

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